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Alma Delia Murillo

20/12/2014 - 12:00 am

Sí, este texto no se llama. Me he sentido torpe frente a las palabras y frente a las letras muchas veces en la vida.  Perras negras, como les decía Cortázar; negritas, como es sabido que tantos escritores les llaman cariñosamente; mis negritas, como para mis adentros les digo yo muy de vez en cuando y […]

Sí, este texto no se llama.

Me he sentido torpe frente a las palabras y frente a las letras muchas veces en la vida.  Perras negras, como les decía Cortázar; negritas, como es sabido que tantos escritores les llaman cariñosamente; mis negritas, como para mis adentros les digo yo muy de vez en cuando y sólo porque me recuerda que mis hermanos, mi madre y mi abuela se referían a mí así, como “negrita” o “mi negrita”.

Pues ellas, las palabras, son, más que ningún otro código  que las civilizaciones hayamos inventado, la historia de la humanidad.

Y no sólo eso.

Son la belleza de la humanidad, la vergüenza de la humanidad, los actos más estéticos y los más soeces de esta especie  a la que pertenecemos.

Y es así porque los seres humanos nombramos al mundo para poder habitarlo. Decimos casa, mesa, tortilla, gato, libro, amor. Y entonces somos todo eso: los dueños de la casa, los que comemos frente a la mesa, los que enrollamos la tortilla para echar un taco, los que podemos dibujar un gato naif, los que encontramos salvación en un libro; los que nos decapitamos por amor.

Somos nuestras palabras, las actuamos.

Haciendo un rastreo con rigor académico es posible encontrar el origen de casi todos los vocablos y comprender que no están configurados al azar, sino que, cada uno y en cualquier lengua, tiene una sola raíz: la realidad.

Es por eso que existen los léxicos únicos, esos que a veces llamamos palabras intraducibles. Ocurre que esos vocablos, más que estar asociados a una cultura, están asociados a una realidad local; a una cotidianidad que viven sólo los habitantes de ella.

Dicen que la palabra “nieve” en las lenguas inuit tiene al menos seis maneras de decirse pues cada una atiende a diferentes estados de la nieve “nieve derritiéndose”, “nieve en copo”, “nieve blanco brillante”, “nieve que está en el suelo”, etcétera.

Su realidad es esa, deben encontrar maneras de nombrarla.

En México nos hemos contado la vida en una argamasa formada de castellano antiguo, español moderno y lenguas originarias. Y hablamos una mezcla deliciosa, para mi gusto, de todo eso.

He pensado mucho en las palabras que narran a nuestro país en los últimos tiempos. Tanto para los mexicanos como para el resto del mundo.

Están ahí, entre las noticias más consultadas en los buscadores de Google y Yahoo. El viaje puede ser un hundimiento en el Hades al hacer clic en las derivaciones a las que llevan las siguientes capas de navegación.

Desaparecidos.

Fosas.

Ayotzinapa.

Cadáveres.

Restos.

Calcinados.

Peritos.

Criminología.

Identidad.

Basurero.

Muertos.

Dolor.

Indignación.

Y ocurre que de pronto, como si fuera resultado de un viaje psicotrópico, las palabras van dejando de significar;  o tal vez no hay magia psicotrópica de por medio y es simplemente por el desencanto y el sinsentido de su repetición hasta el hartazgo.

Me paro frente a la hoja en blanco como si estuviera frente a una mesa de trabajo y mi oficio fuera el de carpintería o cerrajería y me doy cuenta de que faltan herramientas. De verdad que faltan, más allá de mis limitaciones que no voy a negar, hacen falta palabras.

Neologismos del terror.

Reconfiguraciones nuevas de las letras que permitan nombrar, con un solo vocablo, esas emociones que sentimos y que rebasan este vocabulario conocido.

¿Cómo decir, con una sola palabra, que se siente vergüenza, desesperación y un dolor como de cristales molidos en el pecho, cada vez que las noticias reportan otro cuerpo desmembrado, desollado, cocido a balazos?

¿Cómo decir, con una sola palabra, que se siente un cansancio tal que de alguna manera alimenta poderosamente la rabia?

¿Habrá un concepto que diga, todo junto, lo que le está pasando en México?

No lo hay pero habrá.

Estoy cierta de que así como esta realidad entró en crisis, las palabras también terminarán por revolverse, por explotar y darnos palabras nuevas.

Hoy describiría mis sentimientos hacia México con esos puntos suspensivos.

Tres puntos certeros, poderosos, solitarios pero juntos, alertas, sistólicos y diastólicos. Puntos sangre, puntos corazón que late.

Que siga lo que tenga que seguir, que venga lo que tenga que venir pero que no se apaguen esos puntos.

Vamos a aferrarnos a ellos mientras que llegan las nuevas palabras…

@CompaAlmaDelia

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